viernes, 25 de noviembre de 2011

Lo que hace que merezca la pena

Me hace tanta gracia cuando la gente siempre, cuando dices que eres profesor, te dice: "¡Hala, tres meses de vacaciones!, ¡qué bien vivís!". Yo creo que los profesores, y digo PROFESORES con todas sus letras, no vivimos bien, sino que mejor dicho nos desvivimos, o al menos ese es mi caso.
No se trata de que sea mejor que nadie o más lista que otros profesores, pero lo que sí es cierto es que mi implicación con respecto a los alumnos/as es total. Esto, la mayoría de las veces, provoca en mí desengaño, enfado, desilusión...
Por ejemplo, intento darlo todo por ellos, preparar bien las clases, explicar los contenidos mil veces si es necesario y luego ellos se pasan toda la clase hablando, riéndose, poniéndote a prueba o, simplemente, pasando de ti. Por otro lado, intento llevarme bien con ellos también fuera del aula y creo que lo consigo puesto que vienen a buscarme muchas veces para contarme sus penas, desahogarse conmigo...
El problema es que todo esto que ha costado tanto tiempo y esfuerzo conseguir se pierde en un solo momento cuando les dices algo que no les gusta o "les suspendes" el curso. Ahí es cuando siento una gran decepción, decepción con ellos y conmigo misma por involucrarme tanto por y para ellos.
Pero luego vienen días especiales, días en los que entiendes y recuerdas por qué eres profesor y por qué te desvives de esa forma.
A principio de curso tuve uno de esos días de los que estoy hablando. Yo trabajo en un centro privado y he sido tutora durante varios años seguidos del mismo curso; un curso por el que siento predilección ya que son "mis niños" desde que entraron.
Bien, pues uno de estos niños tuvo que dejar el centro a principio de curso. Me dio muchísima lástima puesto que es un alumno que se apoyaba mucho en mí para todo, un alumno que siempre estaba armando jaleo, pero a la vez, era muy gracioso y tenía muy buen corazón.
Un buen día, me llaman diciendo que hay alguien en la recepción esperándome y cuál es mi sorpresa cuando lo veo allí. Venía a hablar conmigo... A despedirse. Los dos estábamos tan apenados que sólo nos sonreíamos. Al final le animé con respecto a su nuevo centro, le dije que seguro que todo iría bien y que pasara algún día a vernos.
Cuando ya se iba, se le llenaron los ojos de lágrimas y me dio un sobre cerrado. Le pregunté qué contenía y me dijo que había escrito todo lo que quería decirme y no podía, y se emocionó. Le di dos besos y le dije que lo leería más tarde porque no quería ponerme a llorar allí en medio.
Era una carta en la que me daba las gracias por todo lo que he hecho por él, en la que reconocía todo el esfuerzo y el cariño que le habíamos dado mis compañeros y yo, todo mi apoyo, mi involucración, mi preocupación... Me emocioné al leerla y volví a recordar por qué merece tanto la pena ser profesor.
Creo que todos los profesores vocacionales pensamos igual: que no vivimos tan bien como piensan y que nos dan muchas de cal y pocas de arena, pero cuando un alumno te agradece que le hayas prestado atención y le hayas ayudado en la vida se te olvidan todas las decepciones y desilusiones de los últimos años.
Igual algunos pensarán que me conformo con muy poco, pero para mí eso es muchísimo.
Supongo que, con el paso de los años, iré olvidando nombres y caras de alumnos/as, sin embargo, estoy segura de que hay algunos de ellos que nunca se borrarán de mi memoria y sólo espero que ellos también me recuerden a mí siempre con el mismo cariño con el que yo pienso en ellos.

martes, 15 de noviembre de 2011

¿Sacrificio o recompensa?

La verdad es que siempre me digo a mí misma que tengo que escribir más en el blog. En un principio, hasta me hice la promesa de que escribiría -como mínimo- una vez a la semana. ¡Ja! no he cumplido nada de lo que me prometí, pero no es por falta de ganas, sino por falta de tiempo.
Este año es aún peor que los años anteriores. Estoy dedicando más tiempo y esfuerzo que nunca a las clases y a mis alumnos/as de 2º de Bachillerato y, que conste, ¡lo hago encantada!
Ahí radica el problema de todos mis males... La gente me dice: "No hagas tantos exámenes y no tendrás que corregir tanto", pero mi respuesta siempre es que así los alumnos/as llevan la materia al día y no se les olvida. También me dicen: "Pues házselos tipo test" y yo respondo: "¿cómo voy a hacer tipo test un examen de lengua? ¡Entonces no escriben y yo quiero ver su expresión y ortografía!"... En fin, creo que ese el "problema", que me encanta que disfruten en mis clases y ver que, realmente, han aprendido algo nuevo.